05.08.2025

¡Nada sobre migrantes sin personas migrantes!

Cuando hablamos de «política pública», consideremos primero cómo dotarla de significados acordes con el presente. ¿Qué haría una política pública en términos de las nuevas interculturalidades que reclamamos?

En Ecuador, las migraciones son múltiples y diversas: conviven mujeres esmeraldeñas desplazadas por violencia con mujeres venezolanas o colombianas, pero la concepción administrativa de la movilidad menoscaba esas interculturas como su necesaria conflictividad y solidaridades, produciendo, con frecuencia, mayor segregación.

Por Corredores Migratorios

Esta es una reflexión escrita entre varias mujeres que han pertenecido o pertenecen al colectivo Corredores Migratorios, fundado en Quito en 2018. Desde distintos lugares, estamos atravesadas por la experiencia de la migración. ¿Quién no? Una de nuestras preocupaciones principales es cómo no subordinarnos a la comprension administrativa de la llamada «movilidad humana», por lo general reducida a un asunto ordinario gestionado por el estado o los organismos internacionales. En realidad, la primera gestión de las migraciones, el retorno, la deportación, el refugio, viene de las personas que se mueven por el planeta, y es la primordial.

Nuestras reflexiones y procesos vienen de muchos años atrás. Aquí, plasmamos una parte de ellas, a propósito del Foro Mundial sobre Migraciones y Desarrollo (GFMD por sus siglas en inglés) que se realizará en Colombia en septiembre de este año. Pero venimos planteando esto desde 2018, cuando empezamos a existir como colectivo, y esas reflexiones, a su vez, vienen de muchas colectividades migrantes en todo el planeta. ¿Qué significa que se celebre un foro sobre migraciones en un país atravesado por múltiples formas de movilidad y desplazamiento forzados, hacia Ecuador, por ejemplo?

Al escribir desde nuestras migraciones y la práctica política de la hospitalidad, nos presentamos como portadoras de conocimiento convencidas de que la experiencia forma perspectivas que deben ser valoradas por encima de la comprensión administrativa del acto de migrar. También sabemos que el solo testimonio de nuestra experiencia no produce conocimiento: pero este debe ser escuchado, estudiado sin ignorar nuestra existencia y devuelto a la sociedad. Si defendemos el derecho a movernos a pesar de las fronteras, entonces la política pública no puede partir de un lugar de reforma, sino reconocer que hoy migramos en medio de guerras, exterminios racistas, narcomultinacionales, estados mafiosos y un régimen de prisiones que crece aceleradamente.

No queremos mejores prisiones, demandamos la desaparición de los centros de detención; exigimos que se reconozca la vida sin papeles como responsabilidad del estado y no como modo de criminalizarnos; no queremos más diagnósticos donde nos extraigan información: urgimos a acciones concretas.

Tenemos orígenes muy diversos. Somos de varios lugares de Venezuela Colombia y Ecuador, hemos compartido nuestros procesos con compañeres de Mendoza en Sucumbíos, del Caribe en Lago Agrio, de la nación Puruhá en Chimborazo. A pesar de la multidireccionalidad de nuestro movimiento, los fondos a los que podemos acceder exigen que nos separemos. El capital de las migraciones ignora sistemáticamente la convivencia intercultural al ofrecernos todo el tiempo fondos por origen nacional como, por ejemplo, «emprendimientos para mujeres venezolanas». En Ecuador, las migraciones son múltiples y diversas: conviven mujeres esmeraldeñas desplazadas por violencia con mujeres venezolanas o colombianas, pero la concepción administrativa de la movilidad menoscaba esas interculturas como su necesaria conflictividad y solidaridades, produciendo, con frecuencia, mayor segregación.

Cuando hablamos de «política pública», consideremos primero cómo dotarla de significados acordes con el presente. ¿Qué haría una política pública en términos de las nuevas interculturalidades que reclamamos? Vivimos en colectividades, barrios, territorios hechos no solo de la diversidad interna de cada país, sea étnica, racial o lingüística. Hay otras interculturas, formadas por y con comunidades migrantes. Las culturas transnacionales que ha formado la migración ecuatoriana a Estados Unidos, las luchas migrantes queer, sexodisidentes, trans, además atravesadas por una profunda desigualdad, existen.

En Ecuador, hacemos vida con cientos de miles de personas de Colombia y Venezuela, la población musulmana crece, hay niñes cuyas familias vinieron de Haití y hablan créole-español. Mientras la inclusión –como ha sido criticada por luchas anti-capacitistas– y la integración aún dependen de buenas voluntades y reflejan relaciones de jerarquía, perspectivas como la hospitalidad y la gestión transnacional de las migraciones ofrecen horizontes políticamente más ajustados al presente.

Muchas de las personas que migramos lo hacemos en busca de seguridad porque la paz se rompió en el lugar donde nacimos. A veces la ruptura fue brutal, otras veces la paz se rompió de manera silenciosa, pero la guerra contra los pobres, las mujeres, las personas trans, nos marca. Contradictoriamente, la llegada de las personas migrantes es vista como una amenaza o problema, y se ha naturalizado en varios ámbitos de la política pública.

Hoy, miles de niños y jóvenes varones racializados y migrantes son criminalizados por los estados. En Ecuador, han sido ejecutados extrajudicialmente, torturados por militares o reclutados por el crimen organizado. No se puede hablar de futuro ni de desarrollo sin justicia y protección para ellos. La violencia que viven y reproducen será también daño contra niñas y mujeres.

Sin condiciones materiales para la vida digna tampoco se puede hablar de integración. El derecho a vivir bajo un techo; a cuidar de la vida por medio del trabajo digno y el acceso efectivo a la salud; el derecho a la educación sin discriminación; el derecho a preservar la lengua y la cultura de origen, deben ser vistos como elementos fundamentales y concretos de la convivencia. Miles de personas están excluidas hoy de los procesos de regularización, por ser selectivos y privativos, pero no se reconoce que la vida sin papeles existe y crece en el mundo entero.

Vivir en zonas tomadas por el crimen organizado, como sucede en Esmeraldas, desde donde habla nuestra compañera Karen, es para muchas personas migrantes un desafío diario. Pese a que las personas migrantes somos asociadas con la criminalidad, compartimos vulnerabilidades con la población nacional, sobre todo en zonas abandonadas por el estado. No es coincidencia que Esmeraldas sea una provincia con índices alarmantes de abandono, violencia social, daños del crimen organizado. El racismo y el rechazo al otro producen también esta violencia, que no distingue «migrantes» de «nacionales» cuando se trata de población violentada por el racismo. Al mencionar a Esmeraldas, afirmamos que no puede hablarse más de migraciones sin hablar de desplazamiento forzado interno.

Nuestra compañera Gladys Calvopiña, quien organizó y tradujo nuestro texto, escribe desde Toronto. En Canadá, el aislamiento en que viven las mujeres migrantes debido a la barrera de la lengua es un factor enorme de exclusión y riesgo frente a la violencia femicida. Migrar en ese caso supone integrarse lingüísticamente, pasar por un proceso de asimilación que exige no solo aprender la lengua, sino perfomar el buen acento. Pero cientos de miles de mujeres no tienen condiciones para aprender inglés ni francés: no tienen tiempo para aprender la lengua debido a sus jornadas extenuantes de trabajo o hacen labores interminables de cuidado. Esto es un ejemplo de un contexto que se repite en muchos otros. El racismo y el aislamiento por la exclusión lingüística se cruzan con la violencia de género.

El movimiento social de las migraciones se abre como un camino para cambiar las culturas de exclusión por culturas hospitalarias y solidarias. En nuestro colectivo, cuando nos preguntamos ¿la vida en dónde? Respondemos: donde sea, donde nos toque vivir esa vida, pero juntas y organizadas. Toda política pública del presente debe promover la convivencia, no la segregación por fondos o por indicadores. Estas son razones para hacer de la migración una perspectiva crítica imprescindible, igual que el género o los derechos humanos. No es un ámbito temático separado ni secundario: es una perspectiva total de la realidad. Foros y encuentros que no reconozcan la realidad concreta de las migraciones llegarán tarde si no colocan con urgencia en el centro las voces de quienes, día tras día, migran, huyen o buscan refugio, seguridad, paz, o la oportunidad de una vida mejor.

Escrito desde Ecuador y Canadá por Karen Araujo, Lourdes Aldana y Esther Gualtieri, de Venezuela, y por Gladys Calvopiña, migranta de Ecuador en Toronto. Karen Araujo es abogada, especialista en derechos humanos y secretaria de la Fundación Corredores Migratorios; Lourdes Aldana es una organizadora social en su segunda migración que ha pasado por el reciclaje, la panadería, y ahora cuida de su familia en Colombia; Esther Gualtieri es maestra de ciencias, activista neurodivergente y fundadora de Araguaney Educar; Gladys Calvopiña es educadora en derechos humanos, antirracismo y feminismo y milita junto a diversos colectivos en Canadá. Acompañó Cristina Burneo Salazar e ilustró Casimira-Ce Larrea, miembras de Corredores Migratorios.

Corredores Migratorios es un colectivo interdependiente con sede en Quito y colaboraciones en diversos lugares de las Américas, dedicado a abrir perspectivas y corredores simbólicos que visibilizan las experiencias migrantes y critican las narrativas securitarias y xenófobas dominantes. Construyen espacios de reflexión-acción junto con quienes migran y acompañan desde perspectivas feministas, anti-coloniales, antirracistas y antifascistas. Web: www.corredoresmigratorios.com IG: corredores migratorios.

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